Al llegar ante las puertas de la ciudad de los feacios, Ulises descendió del carro y se quedó sentado un tiempo a las puertas de la ciudad. Desde allí, pudo contemplar el puerto. En el mismo había gran movimiento de naves que llegaban y partían y otras tantas ancladas cargando y descargando mercancías.
Luego de atravesar la muralla que rodeaba la ciudad, Ulises se dirigió al palacio. No podía disimular su asombro ante la riqueza del edificio. Sus muros de bronce brillaban bajo los efectos del sol y sus enormes puertas eran de oro macizo.
Ulises traspasó las distintas habitaciones hasta llegar a la estancia de la reina. Al verla, dobló la rodilla y se presentó:-Reina de los feacios, mi nombre es Ulises. He peleado en Troya y para regresar a mi patria, Itaca, he debido atravesar grandes peligros. Te ruego tengas piedad de mi y me proporciones los medios para regresar a mi país.
El rey, al ver la humildad del extranjero, lo invitó a sentarse junto a ellos y lo agasajó con un banquete digno de un príncipe.
Durante el banquete Ulises, narró sus peripecias, y todos los presentes lo escucharon entretenidos.
Al terminar la fiesta, la reina le preguntó acerca de su traje, ya que ella lo había confeccionado con sus propias manos. Ulises, se vio forzado a narrar su encuentro con la princesa Nausica.
El rey se sorprendió. No esperaba ese comportamiento de parte de su hija, pero Ulises, le explicó las razones de la joven princesa y el rey comprendió que había actuado con prudencia.
Día tras día se sucedían fiestas y juegos de destreza para honrar al ilustre visitante. Los mejores coros se presentaron entonando canciones donde se relataba el sitio de Troya y las proezas de Ulises.
El rey reconoció que se hallaba ante un verdadero héroe y le rindió toda clase de distinciones y regalos para honrarlo, ya que era la primera vez que los visitaba un hombre tan valiente.
Por la noche, sabiendo que el héroe de Troya partiría a la madrugada hacía Itaca, Nausica se presentó para despedirse.
-Vengo a despedirme, valiente Ulises. Pienso que no volveré a verte, pero seré feliz si pienso que alguna vez te acordarás de mí.
Ulises se emocionado ante tanta sinceridad, respondió: -Princesa Nausica. Te recordaré todos los días de mi vida, pues tú me has devuelto la vida.
Al día siguiente, el rey fletó una de sus mejores naves para llevar a Ulises de regreso a Itaca. Los feacios extendieron una alfombra sobre la cubierta , allí se recostó Ulises y pronto se quedó dormido.
El buque con ayuda de una suave brisa se deslizó sobre el mar. Al amanecer del otro día, llegaron a Itaca. Como Ulises continuaba dormido, los feacios tomaron la alfombra con sumo cuidado y la depositaron en tierra sin despertarlo.
Junto a el depositaron todos los regalos de oro y plata que el rey había obsequiado al héroe de Troya.
Mientras Ulises continuba dormido, su protectora, la diosa Atenea lo envolvió en una espesa niebla y, cuando luego de varias horas despertó, se afligió enormemente, pues no reconoció el lugar y gritó desconsolado: -¿Dónde estoy? ¡Esto no es Itaca! ¡Los feacios me han tendido una trampa! ¡Pobre de mi!
Cuando estaba a punto de descargar su llanto, la diosa Atenea se hizo visible y con su dulce voz le fue narrando todo lo que había ocurrido en Itaca durante su larga ausencia.
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